viernes, 22 de marzo de 2013

353. Dado que la unión del Espíritu con el cuerpo realmente no llega a cumplirse sino después del nacimiento del nuevo ser, el feto debe considerarse como animado, o no?



COMENTARIO EXEGÉTICO N° 353.

©Giuseppe Isgró C.


353.    Dado que la unión del Espíritu con el cuerpo realmente no llega a cumplirse sino después del nacimiento del nuevo ser, el feto debe considerarse como animado, o no?
-“El Espíritu, que deberá animarlo, existe fuera del cuerpo, de modo que, en sentido estricto, el Espíritu, aún, no ha tomado el control del mismo, pero, dado que la reencarnación está por completarse en el acto del nacimiento, el feto está ya ligado a aquel Espíritu que habrá de animarle”-.

COMENTARIO EXEGÉTICO GIC: 

El Espíritu se encuentra fuera del cuerpo, emancipado, al igual en que lo hace en desdoblamiento, durante el sueño, en que los sentidos físicos se encuentran adormecidos. 
Dado que el feto se encuentra en un proceso de formación y desarrollo, que estará concluido en el acto del alumbramiento, el cual no precisa una interacción del Espíritu con el medio ambiente, por residir en el seno materno, que le protege del mismo, y los sentidos físicos mantienen un estado latente, pero sensibles a las percepciones del entorno, en forma integral: físico-espiritual. 
El Espíritu, si bien ligado ya al cuerpo, por la unión del alma al espermatozoide que fecundó al óvulo, y propició la concepción del nuevo ser, se encuentra en un estado de emancipación permanente del cuerpo, similar al desdoblamiento, por la elasticidad del alma. 
Esa unión del Espíritu con el cuerpo, realizada desde el mismo momento de la concepción del nuevo ser, a los fines de tomar pleno  control del mismo, se activará en mayor grado en el acto del nacimiento, y los lazos que les vinculan serán muy flexibles en los primeros cuatro o cinco años de existencia, consolidándose, en forma más estrecha hacia los siete años de edad. 
Esta es la razón por la cual los niños tienen percepciones claras de existencias anteriores, en los primeros años de vida, por la flexibilidad de los lazos que unen al Espíritu con el cuerpo. 
Si los niños pudiesen hablar con claridad durante los primeros dos años de existencias, nos asombrarían recordando, con claridad, los pormenores de sus anteriores encarnaciones. Pero, la naturaleza, muy sabiamente, ha interpuesto un velo para proteger ese pasado y evitar los traumas inherentes que tal conocimiento pudiese ocasionar en las partes involucradas. 

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