COMENTARIO
EXEGÉTICO N° 338
©Giuseppe
Isgró C.
338. Si
ocurriese que para animar un mismo cuerpo que está por formarse se presentarán
varios Espíritus, quién sería el que reencarnaría entre ellos?
-“Muchos
podrían solicitarlo: en tal caso es Dios quien juzga al más apto para
desempeñar la misión; empero, como ya hemos dicho, el Espíritu ha sido elegido
antes de su unión con el cuerpo”-.
COMENTARIO EXEGÉTICO GIC:
Podríamos
decir que, si no hubiese un Espíritu con una existencia previamente programada,
para nacer en un determinado momento, en cuyo acto de ser engendrado por el
padre uniese su alma al espermatozoide que habrá de fecundar al óvulo, tal
concepción por la madre dejaría de realizarse, pese a la realización del acto
sexual. Esto se demuestra por la razón de que, si no hay un Espíritu que anime
al cuerpo, y no lo habrá si éste no une su hilo de plata con el espermatozoide
que habrá de fecundar al óvulo, ese nuevo ser dejará de ser concebido y, por
ende, formado.
·
Se
podría complementar, diciendo: Si por la razón que fuere, un espermatozoide al
cual no estuviese unido un Espíritu por medio de su alma, o hilo de plata,
llegare a fecundar un óvulo, el feto en formación no alcanzaría a tener vida.
Empero, cumpliéndose la premisa de que no se ha efectuado la mencionada unión
del Espíritu por medio de su alma al espermatozoide, tampoco debería
verificarse la concepción del nuevo ser, y si esta se verifica, es porque,
aunque haya sido por breve tiempo, se realizó la unión antes citada.
·
Henry
Still, señala, a tales efectos: -“Un óvulo sin fecundar, al abandonar el ovario
está lleno de materiales estructurales y centenares de enzimas para dirigir la
construcción de un nuevo ser humano a partir de una diminuta burbuja de protoplasma.
Sin embargo, las enzimas están bloqueadas hasta que el óvulo es fecundado.
Entonces, y sólo entonces, empiezan cientos de reacciones y cada célula empieza
a crecer y a dividirse. Antes de que suceda esto, en el escenario infinitesimal
se representa un drama todavía más antiguo de agresión macho-hembra y de
resistencia. El óvulo sin fertilizar está protegido por una fuerte capa de
células unidas entre sí por medio de una sustancia llamada ácido hialurónico
(la dama tiene su puerta cerrada). Los espermatozoos que lo cortejan ya están
debilitados y cansados de haber nadado a contracorriente en el canal vaginal y
en el útero, donde espera el recatado óvulo. Millones de espermatozoos han
suspendido ya la lucha, pero los más fuertes llegan y la dama no aceptará a
otro. Cuando un espermatozoo llega a la concha cerrada, lleva un arma secreta,
la enzima hialuronidasa, específicamente diseñada para romper la barrera y
permitirle la entrada. Pero ahora, la naturaleza que planeó este juego de la
vida como un cuento de hada de un príncipe y una princesa, pone otro obstáculo
en el camino para probar su fuerza y perseverancia: en la pared el espermatozoo
descubre que no tiene suficiente enzima para atravesar solo, pero quedan otros
refuerzos; nuestro príncipe espermatozoo no se encuentra solo ante la muralla
del castillo, otros príncipes han sobrevivido al cortejo final de la dama; hay
quizá miles ante la gruesa barricada. Entonces, el más fuerte toma enzimas de
sus rivales, penetra en la pared y obtiene en matrimonio la mano de la dama. Es
de suponer que viven felices después, en los millones de millones de células de
un nuevo ser. No se sabe exactamente –aún- como toma las enzimas de sus
rivales, pero sirve para explicar por qué la naturaleza parece desperdiciar millones
de espermatozoos para lograr la fecundación de un solo óvulo. Una escasez de
esta enzima quizá sea la razón de la esterilidad”.
·
En la
escasez de esa enzima podría residir el secreto de porqué no existe fecundación
del óvulo cuando no hay un Espíritu que una su alma al espermatozoide que va a
complementar el proceso del engendramiento del nuevo ser. Al no haber un
espermatozoide dinamizado con la inteligencia directriz del Espíritu que
oriente el proceso de la fecundación y que utilice las enzimas de los
espermatozoides coadyuvantes, ninguno de ellos, sin la dirección del Espíritu
por encarnar, es capaz, por sí solo, de dirigir el proceso.
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