Autor: Allan Kardec
Versión castellana de: Giuseppe Isgró C.
1009. Si es así, las sanciones
no serán jamás eternas?
-“Interrogad vuestro buen
sentido, vuestra razón, y preguntaos si una condena a una pena eterna por
cualquier momento de error no sería la negación de la bondad de Dios! Y, en
verdad, qué es aún la vida más larga en comparación con la eternidad? Eternidad!
La comprendéis bien esta palabra? Sufrimientos, torturas sin fin, sin
esperanza, por algún paso en falso? Vuestro criterio, no aborrece un tal
pensamiento?”-.
-“Que los antiguos hayan visto
en el Creador del Universo un Dios terrible, celoso, vengativo, se comprende:
en su ignorancia han atribuido a la Divinidad las pasiones de los seres humanos; pero
ese no es el SER UNIVERSAL, que coloca el amor, la solidaridad, la bondad y el
olvido de las ofensas entre las más importantes virtudes. Sería posible que
Dios no poseyera, en sí mismo, las cualidades que nos impone como un deber?
No
se contradice quien quiere atribuirle la bondad infinita y la venganza sin fin?
Dicen que él, ante de todo, es justo y que el ser humano no comprende la
justicia; pero la justicia no excluye la bondad, y Dios no sería bueno si
condenase a sanciones horribles, eternas, a la mayor parte de los seres.
Podría, Él, obligar a los humanos a la justicia, si Él no le hubiese
proporcionado los medios de comprenderla? Y, del resto, no es el sublime de la
justicia acoplada con la bondad el hacer depender la duración de las penas de
los esfuerzos del culpable? En esto reside la verdad del aforismo: A cada quien
de acuerdo con sus obras”-.
-“Dedicaos, con todos los
medios que se encuentran en vuestro poder, a combatir, a erradicar la idea de
la eternidad de las sanciones, sacrílega blasfemia en contra de la justicia y
la bondad de Dios, causa principal de la incredulidad, del materialismo y de la
indiferencia espiritual, que se difundieron entre los seres humanos desde que
comenzó a desarrollarse su inteligencia. El ser humano, apenas disipadas las
tinieblas de la edad media, intuyó la enorme injusticia, y no pudiendo aceptar aquella
doctrina sin renunciar a la razón, la rechaza, con desdén, y con frecuencia, conjuntamente con ella, lo hace,
también, con aquel Dios en nombre del cual se le pretende imponer. De aquí los
innumerables inconvenientes que se han derivado para todos, y a los cuales se
viene, ahora, a remediar. El cometido, que os señalamos, no os resultará muy
difícil, por cuanto los sostenedores de aquella incorrecta doctrina se han
abstenido de pronunciarse con claridad sobre la misma”-.
-“Si bien es cierto que en los
Evangelios hay palabras que, tomadas al pie de la letra, inducen a creer que
Jesús haya amenazado al culpable con un fuego inextinguible, con un fuego
eterno; empero, no se ha comprendido bien que aquellas palabras son simbólicas,
y que, en ellas, no hay nada que pruebe la eternidad de las sanciones. Jesús no
podía enseñar una doctrina que destruyese la justicia y la bondad del Creador que él enseñó a amar conscientemente”-.
-“Inocentes ovejas que precisan
reencontrar el camino! Sabed distinguir el buen guía, el cual, en vez de querer
desterraros para siempre de su presencia, sale a vuestro encuentro para reconduciros
a casa”-.
-“Hijos pródigos, dejad vuestro
voluntario exilio, y encaminad los pasos hacia el hogar. El Creador os acoge, y
no desea otra cosa que celebrar vuestro regreso en la familia”-.
-“Algarabía de palabras! No
estáis, aún, satisfechos del costo en sangre? Quisiereis reencender,
nuevamente, las hogueras? Se disputa sobre las palabras: eternidad de las
sanciones, eternidad de los castigos; pero, no sabéis, entonces, que por
eternidad los antiguos entendían bien otra cosa distinta de la que entendéis
vosotros? Se consulte la raíz del vocablo, y se descubrirá que el texto hebreo
no daba a esta palabra el significado de sin
fin, de irremisible, que adquirió
después en las traducciones efectuadas por los griegos, los latinos y los
modernos. La eternidad de los castigos corresponde a la eternidad del mal.
Mientras que, en los humanos, exista el mal, existirán las sanciones; en este
sentido se deben interpretar los textos inherentes. Por lo que, la eternidad de
las sanciones es relativa, no absoluta”-.
-“Llegue oportuno el día en el
que los seres humanos, virtuosos, se revistan de la blanca luz de la inocencia.
Desde ese momento cesen los gemidos y el estridor de los dientes. Vuestra razón
es, ciertamente, limitada, pero, aún así, es el más grande don de Dios, y es
gravísima responsabilidad dejar de usarla. Ahora, no es posible que exista una
sola persona de buena fe y que haga uso de la razón, que entienda de otro modo
la eternidad de las sanciones”-.
-“Castigos eternos? Entonces
habría que admitir la eternidad del mal. Pero admitir que Dios haya podido
crear el mal eterno, significaría negar el más magnífico de sus atributos, es
decir, la omnipotencia, ya que no puede ser omnipotente quien es obligado a
crear un elemento destructor de sus obras”-.
-“Hijos de los humanos, no
volváis más la mirada afanosa en los abismos de la tierra, para buscaros los
castigos. Dirigid los ojos a la
Divinidad , llorad, esperad, expiad y refugiaros en el
pensamiento de un Dios íntimamente bueno, soberanamente potente, esencialmente
justo”-.
-“Alcanzar la unión con Dios
es la meta de la humanidad. Para lograrlo son necesarias tres cosas: la
justicia, el amor y la ciencia. Tres
cosas opuestas, en cambio, nos alejan de dicha meta: la ignorancia, el odio y
la injusticia. Y bien, en verdad, vosotros pisoteáis estos principios
fundamentales cuando distorsionad la idea de Dios con la exageración de su
severidad. Cómo admitir, de hecho, sin distorsionar la idea de Dios, que pueda
haber, en el ser emanado de Dios, mayor clemencia, mansedumbre y auténtica
justicia de cuanta exista en el Creador?
-“No comprendéis, por otra
parte, que, obstinándoos en este absurdo, vosotros destruís, inclusive, la idea
de vuestro infierno, rindiéndolo
ridículo e inadmisible a las inteligencias, como es repudiable a las
conciencias el horrible espectáculo de los verdugos, de las hogueras y de las
torturas de la Edad Media !”-.
-“Y que? Ahora que la era de
las inhumanas represalias ha llegado a su término para siempre y excluida de
todas las legislaciones humanas, esperaríais, quizá, de darle vida y poderla
continuar teniendo oprimido al Espíritu humano con el horror y la angustia de
torturas ideales?”-.
-“Hermanos, –y hermanas-, en Dios, creedlo: si no os decidid a revivir
vuestras obsoletas ideas, con benéficos efluvios que de estos tiempos los
buenos Espíritus, por voluntad de Dios,
vierten sobre la tierra, y os obstináis en mantenerlas inalteradas e
inalterables, las veréis desmoronar delante de vosotros mismos”-.
-“La idea del infierno con sus
hornos ardientes y con sus calderas hirvientes, pudo tener alguna eficacia y
ser perdonable en siglos de hierro y en tiempos de oscurantismo y de general
ignorancia; pero en el siglo XIX es un esperpento que no causa terror a nadie
más, y a lo más, un vano fantasma, bueno
para asustar a los niños, que, una vez adultos, se ríen de ello, como del lobo
feroz. Persistiendo en esta atroz mitología, vosotros generáis la incredulidad,
fuente de disolución social, por cuanto cada orden de sociedad, sin una eficaz
sanción penal, viene sacudido y vacila, y termina con precipitarse en el abismo
de la anarquía”.
-“Adelante, entonces, seres de
ardiente y viva fe, vanguardia de la luz, a la obra!
-“No se trata de sostener
viejas fábulas ya acreditadas, sino volver a llamar a nueva vida la verdadera
sanción penal bajo formas adecuadas a vuestras costumbres y sentimientos, a la
luz de vuestro tiempo y conforme a los dictados de la razón”-.
-“Según la nueva doctrina, quién
es el culpable? –Aquel que, por una desviación, por un falso impulso del ánimo,
se desvía de la meta de la creación, la cual consiste en el culto armónico del
bien, de lo verdadero y de lo hermoso, predicado con la palabra, y con el
ejemplo, por uno de los más perfectos modelos de la humanidad: Jesús”-.
-“Cuál es, después, el castigo
inherente a esta culpa? –La consecuencia natural de aquel falso impulso, que lo
ha hecho desviar de la senda que conduce a la meta, es decir, una suma de
dolores necesaria para hacerle aborrecer su imperfección moral. Este es el
aspecto que estimula el Espíritu a replegarse en sí mismo, y a desear su
rehabilitación, la liberación de la esclavitud del mal”-.
-“Pretender que sea eterno el
castigo de una culpa no eterna, significa quitarle toda eficacia. En verdad;
cesad de creer que puedan ser igualmente eternos el bien, que es esencia de el
Creador, y el mal, que es contingencia del ser humano! Afirmad, en cambio, la
cesación gradual de los castigos y de las penas, a las cuales se llega por
medio de las reencarnaciones, y de acuerdo con la razón y con el sentimiento,
haréis caer la barrera que la ignorancia y la superstición, no siempre en buena
fe, han levantado entre el ser humano y Dios.
Se debe estimular al ser humano al bien y separarlo del mal con la
expectativa de las recompensas y el temor de los castigos; pero, se aquellas o
estas se les presentan de manera que la razón rehúsa de prestarle fe, perderán
toda eficacia; no sólo esto, sino rechazará la idea de aquel Dios en nombre del
cual se le presentan. Donde, al contrario, se le muestre en forma lógica el
porvenir, inclinará la frente y creerá. Y el Espiritismo, -La Doctrina Universal-,
le da esta explicación.
La doctrina de la eternidad de las penas, en el sentido absoluto,
hace del Ente Supremo un Dios implacable. Sería lógico decir, de un gobernante
que es de excepcional bondad, y benévolo con todos e indulgentísimo, y no
quiere más que la felicidad del pueblo que dirige, y después, al mismo tiempo,
afirmar, que es celoso, vengativo, inflexible en su rigor, y sanciona con el
extremo suplicio, por una ofensa o una infracción de sus leyes, la tres cuarta
parte del pueblo, aún a aquellos que las transgredieron por no haberlas
conocido? No sería esta una contradicción evidente? Si esto no se puede admitir
en un ser humano, como admitirlo en Dios?
Pero no es suficiente. Por cuanto Dios sabe todo, no podía ignorar,
al emanar de Él un Espíritu, que habría incurrido en falta y por lo tanto le
condenaría desde la formación, al suplicio eterno. Pero esto es imposible,
ilógico, mientras que, con las doctrinas de las penas relativas, todo es
justificado. Si Dios sabía que el Espíritu habría incurrido en faltas, conocía,
también, que tendría los medios de iluminarse con la propia experiencia y por
medio de sus mismas culpas. Es preciso que el Espíritu expíe sus culpas para
afirmarse mejor en el bien; pero, la puerta de la esperanza no le está cerrada
para siempre, y Dios hace depender el momento de su liberación de los esfuerzos
que él hace para merecerla. Esto es lo que todo pueden comprender, y que,
también la lógica más rigurosa puede admitir. Si las sanciones, en la dimensión
espiritual, hubiesen sido presentadas bajo este aspecto, se contarían menos
escépticos.
La palabra eterno es usada, frecuentemente, en el lenguaje común impropiamente,
para denotar una cosa material o moral de larga duración, cuyo fin no se prevé,
si bien se tenga la persuasión de que este fin existe, y llegará. Decimos, por
ejemplo, los hielos eternos de las altas montañas, de los polos, aunque sepamos
que, de una parte, el mundo físico puede terminar, y, de la otra, que el estado
de aquellas regiones puede cambiar por el desplazamiento normal del eje, o por
un cataclismo. El vocablo eterno, en este caso, no quiere decir perpetuo, sino
al infinito. Cuando se experimenta una larga ausencia de salud, se dice de ese
estado que es eterno; de qué hay que maravillarse, por lo tanto, de que
Espíritus que experimentan insatisfacción desde hace mucho tiempo, de siglos,
de miles de años, digan, quizá, otro tanto? Por otra parte, no se olvide que
ellos, dado que su bajo nivel evolutivo no le permite descubrir el extremo del
camino, creen que deberán sufrir para siempre, lo cual constituye una parte de
la sanción.
Se note, por último, que la doctrina del fuego material, de las
calderas y de las torturas, extraídas al Tártaro del paganismo, hoy se
encuentra totalmente abandonada. Solamente en las escuelas se imparten estos
atemorizadores cuadros alegóricos, como verdad positiva por personas más fervorosas
que iluminadas, y con cual perjuicio, sólo Dios lo sabe, por cuanto, aquellas
jóvenes imaginaciones, en cuanto se hayan recuperados de su temor,
incrementarán el número de los incrédulos. La doctrina moderna reconoce que la
palabra fuego es utilizada como figura para expresar un ardor moral. (Ver Nº
974). Quien, como nosotros, ha seguido, en las comunicaciones espirituales, las
peripecias de la vida y de las sanciones en la dimensión espiritual, se habrá
podido convencer, de que estas, aunque
no tengan nada de material, no son por esto menos dolorosas. Y también, en
cuanto a su duración, determinadas personas comienzan a admitirlas en el
estricto sentido al cual se ha hecho referencia., pensando que, en realidad, el
término eterno se pueda entender como de las sanciones en sí mismas, como
efectos de una ley inmutable, y no de su aplicación a cada culpable. El día en
que, de manera general se admita esta interpretación, como otras, que
constituyen, paralelamente, consecuencias del progreso de la luz, accederán a la Verdad Universal todos aquellos
que lo precisen.
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