lunes, 1 de abril de 2013

908. Cómo determinar los límites donde las pasiones cesan de ser buenas, o malas?



COMENTARIO EXEGÉTICO N° 908.

©Giuseppe Isgró C.


908. Cómo determinar los límites donde las pasiones cesan de ser buenas, o malas?
-“Las pasiones son como los caballos: útiles, si domados; peligrosos, si indómitos. Sabed, por lo tanto, que una pasión se convierte en nociva cuando ya no podéis dominarla, y de alguna manera, os resulta perjudicial a vosotros o a los demás”-.
Comentario de Allan Kardec: Las pasiones son leves, que multiplican las fuerzas del ser humano, y lo ayudan a cumplir los designios de la Providencia; pero, si en cambio de guiarle, la persona se deja arrastrar, cae en los excesos, y la misma fuerza que en sus manos podía producir el bien, se le transforma en adversa, afectándole. 
Todas las pasiones tienen su principio en un sentimiento o en una necesidad natural; en ninguno de los dos casos, es algo malo en sí, por cuanto forma parte de una condición providencial de la propia existencia. La pasión propiamente dicha es la exageración de una necesidad o de un sentimiento, y consiste no en la causa, sino en el exceso, que se transforma en un mal, cuando es causa de otros males.
Cada pasión que conduce al ser humano hacia la naturaleza animal, le aleja de la espiritual.
Cada sentimiento que lo eleva por encima de la naturaleza animal, anuncia el predominio del Espíritu sobre la materia, y le acerca a la perfección. (Allan Kardec).

COMENTARIO EXEGÉTICO GIC: 

El ser humano está dotado, tal como muy bien lo expresa el maestro, por dos elementos claves, que son: los sentimientos y las necesidades. Ambos expresan el conocimiento y la fuerza, en ambas polaridades. 
El conocimiento es expresado por el lenguaje de los sentimientos análogos a los valores universales, dentro de la conciencia, como guía de los pensamientos, de las palabras y de los actos. Los valores, por ejemplos, son: el amor, la afinidad, la justicia, la igualdad, la compensación, la reciprocidad, la fortaleza, la templanza, la belleza, la tolerancia, la solidaridad, la paciencia, la confianza, entre otros. Son de doble polaridad, y se expresan como valores en sí o antivalores, es decir: sentimientos de justicia o de injusticia, de belleza o de fealdad, de fortaleza o de debilidad, de confianza o de desconfianza, etcétera. Al mismo tiempo, manifiestan conocimiento y fuerza; la fuerza es el fervor o grado de pasión, que tiene unos parámetros positivos y otros negativos, en base a los cuales se derivan sus efectos equivalentes: buenos o lo contrario. Los valores universales constituyen en el ser humano, los atributos divinos, que no son otra cosa que los sentidos cósmicos o espirituales, que le sirven para percibir la realidad integral y guiar su conducta en todos los ámbitos existenciales regidos por la ley cósmica.
Las necesidades, a su vez, constituyen el mecanismo que manifiestan, en la vida de la persona, el grado equivalente de poder creador a la necesidad experimentada, para ayudarle a satisfacerla. 
Es decir, el ser humano se encuentra dotado de un poder potencialmente infinito, el cual, únicamente, puede expresar por medio de las necesidades que va experimentando en la vida, en la escala jerárquica estructurada por Abraham Maslow, es decir: necesidades básicas, de seguridad, sociales o afectivas, de estimación, propia o ajena, y de autorrealización, además de ellas, la necesidad de conexión con la Divinidad. 
Cada necesidad expresa el grado equivalente del poder creador del cual está dotado para satisfacerla. Luego, el qué, el cómo, el cuándo, el dónde, el quién, el cuánto y el porqué, la persona lo percibe en una triple vertiente: 
1) Por su capacidad de razonamiento, utilizando la lógica inductiva y deductiva; 
2) La percepción intuitiva y la inspiración; 
3) La guía de los valores universales, mediante los sentimientos equivales expresados en la conciencia humana, réplica exacta de la del Creador; y, 
4) Los deseos en todas sus vertientes, que trascienden la satisfacción básica de las necesidades. La razón, la intuición, la inspiración, los valores, y sus sentimientos inherentes,  las necesidades y los deseos, cada quien a su manera, rigen sobre la voluntad, ésta sobre los pensamientos, las palabras y los actos, y los actos sobre los resultados.
La pasión, el fervor y el entusiasmo, constituyen fuerzas expresadas dentro del ser, en la conciencia; sus etapas de desarrollo pasan por los niveles de: la curiosidad, el interés, el conocimiento, la convicción, el entusiasmo y la determinación. Canalizan las propias fuerzas, más las que expresa el Creador, por el lenguaje de los sentimientos en la conciencia, y la fuerza de empuje y la de bloqueo; pero, además, expresan la inspiración de conocimientos y de fuerzas desde la dimensión espiritual, de los Espíritus. 
Estos inspiran, por el pensamiento dentro del pensamiento, ideas con las cuales la persona siente afinidad, generándole un impulso en ambas vertientes, positiva-negativa, según la índole del Espíritu inspirador, más la energía inherente a tales realizaciones. 
En ambos casos, cada persona posee el libre albedrío y puede decidir seguir o no la inspiración, y si se mantiene firme, prevalece la voluntad de la persona en particular, si logra superar la tentación y escucha la voz de su conciencia, quien siempre le indicará qué hacer o que dejar de hacer, cuando y porqué. Los antiguos denominaban al entusiasmo: -“Dios dentro de sí”. 
En la acepción de los antiguos, Dios significaba Espíritu. En conclusión: siempre que una persona decida seguir o dejar de hacerlo, cualquier inspiración, los entes inspiradores, respetarán dicha decisión.

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